sábado, 28 de mayo de 2011

Cuándo el tiempo se paró.

Guardaba cuadernos ajados, llenos de tinta de bolígrafo bic.
Los leia y releía; jugando con las letras entre sus  labios.
Soñaba con un mundo mejor, con un mundo en el que el amor y la paz triunfarían, con un mundo hecho de promesas y sueños, de ilusiones y esperanzas, de días de color azul celeste, o mejor, de color arcoiris.  Soñaba con sonrisas de caramelo.
Se sentaba junto a la ventana y miraba la vida pasar, y sonreía como una idiota ante la más mísera cosa.
Se imaginaba sobrevolando la ciudad, entre nubes esponjosas; cual pájaro surca los cielos; mientras acordes de vida resonaban en sus oídos.
Una voz. Suave, dulce y a la vez ronca, rota; cantando y haciendola recordar aquellos momentos llenos de sonrisas y también de lágrimas.
Era tan absurdo y a la vez tan bonito. Era aquello que llaman, felicidad.
Un día, los sueños comenzaron a desvanecerse, y las cosas por las que luchaba comenzaron a tomar un segundo plano.
Lo sentimientos quedaron en un rincón, mientras que la razón tomo el protagonismo que no había de haberle dado nunca.
Y poco a poco, la vida dejó de tener ese color arcoiris.  Se tornó gris. Gris perla con matices de negro.
Ya no soñaba con disfrazarse de hippie e intentar cambiar el mundo.
Ya no soñaba  con ser pájaro para poder surcar los cielos. Ya no lloraba de la risa, ni reía entre lágrimas. Ya no era la chica vivaz y soñadora, que sonreía a cada instante.
Un día caminaba distraida, pensando en lo amargo del existir, cuando de pronto vio a una niña.
Correteaba riseuña, feliz, libre.
Y entonces,ocurrió algo. Fue algo raro, extraño, indescritible, dificil de explicar tan sólo con míseras palabras.
Observó a la niña y su mente vagó por rincones  de su mente cubiertos de polvo.
Recordó quien era, y se dió cuenta de en quien se había convertido.
La imágen de aquella niña la recordó todos aquellos momentos irrepetibles, los vagos recuerdos se volvieron cada vez más intensos y algo dentro de ella se encendió, cobró vida.
Fue entonces cuando comprendió.
Supiró. Cerró los ojos y echó a correr.
Notaba el viento, jugando con su pelo; el sol, posándose sobre sus mejillas, los átomos del aire, palpitando, como si de  una poesía de Becquer se tratara.