viernes, 20 de julio de 2012

C. de Cambio, de Catástrofe, de Casa.

Llegó el día. Esperado pero no anhelado. Acechando sigiloso tras la puerta de la habitación. Por las calles, los rincones, los pliegues de las sábanas, los pies de página, la sonrisa anhelada. El día en el que las teclas imprecisas de este cacharro al que algunos llaman progreso, no sirven para hablar. Ya no dicen nada, ya no queda nada. Sentimientos fluyen, van y vienen, bailan, sonríen, se enfurecen. Pero aquí, en las frías letras de tinta simulada, de tinta Times New Roman o Arial Black imaginada; aquí, en la pantalla fluorescente, las palabras se tornan inciertas. Mis dedos se acostumbran al sigilo de las teclas, su sonido procesante, de máquina de escribir moderna. Pero no, ya no es lo mismo, ya no queda nada.
Esa voz que suena a sonrisa, esa mirada que torna a risa, ese tímido llorar en momentos como aquel. Esas cosas las perdimos hace tiempo. Y la culpa la tiene eso a lo que nuestros abuelos llaman Internese. ''En mis tiempos... '' Sí, en tus tiempos, abuela. En tus tiempos a pesar de la míseria exterior, había riqueza interior.
No como ahora, que parece que ese rol lo hemos invertido, llevándolo al extremo del absurdo innecesario.
Me indigno, me frustro, me fumo un cigarro, y vuelta a empezar. Blandiendo batallas contra muros de papel.
Papel el de las páginas que gasto contando a ese alguien que quizás nunca me escuche las contiendas.                



No hablo de Dios, no, que va, de Dios sólo me acuerdo en momentos de desesperanza o alegría máxima.
Y bueno, que más da, al menos lo confieso, me muestro tal que así, transparente y frágil.
Con manías, no demasiadas, y defectos varios propios de el ser humano que soy. Y que más da.
Si no nos queda nada, más que seguir luchando contra la superficie que no nos deja llegar al fondo.
Pero en tus ojos veo amor. Y eso no es poco.
Quédate conmigo un rato más, que el verano se hace corto y las noches demasiado largas.