viernes, 2 de agosto de 2013

Dice el invierno que tiene miedo al sol.

Yo ya no sé escribir, y tampoco es que lo quiera.
Porque la primavera no dijo nunca nada,
y el invierno es el que siempre,
a pesar de ser así de huraño y  frío, dice.
Me dice que va a llegar,
que me deje de chorradas y no escriba.
Que la vida gris no es tan difícil.
Que la gente no entiende la tristeza de la lírica.
Que los pasos de la mano con cualquiera cuestan menos,
 pero no dejan lugar a sorpresas.
Sorpresas que evitamos, por miedo a la tristeza.
Y me pierdo poco a poco por entre los versos sin sentido.
Y me siento del revés,
como la traya que escupo,
 como el aliento vacío de aquel ayer reconstruido,
como Miguel Hernández, alimentando lluvias, caracolas y órganos, mi dolor sin instrumento. 

Y no me reconozco cuando digo, que ya no creo en lo que escribo.
Y supongo que se llama madurez,
o simplemente he desistido.
Desistido en creer que la vida
es fácil si queremos.
Queremos tanto y tenemos tan poco.

Y supongo que quizá ahí resida el secreto.
No esperar nada, para después pensar que lo recibes todo, sin preceptos.

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